enero 8, 2019

Descansar las ideas para mejorarlas

He aprendido a no tomar acción inmediatamente y a dormir las ideas.

Sinceramente, y entre tú y yo, es algo que me ha costado bastante tiempo. Soy muy impulsiva. Cuando se me ocurre algo, lo tenía que hacer. Sino, parecía que la idea iba perdiendo fuerza y después dejaba de ser algo tan interesante como parecía al principio.

Pues esto que antes me parecía un inconveniente. Me refiero a que la idea perdiera fuerza por no sacarla adelante en el momento en que me llegaba a la cabeza. Ahora, es toda una ventaja. Me hace ser más cauta. Incluso, ser más selectiva en las ideas locas que se me pasan por la cabeza.

Recuerdo un ejemplo. No sé muy bien cuántos años tendría, pero era bien pequeña. Quizá unos 10 años. Veníamos de viaje del pueblo. Vivíamos como a unos 350km. Y en aquella época, eso de llevar pantallas colgadas en la parte trasera de los cabeceros de los asientos de delante del coche, no se estilaba. Si hubiera sido así, quizá otro gallo nos cantaría. El caso es que esas horas sin más distracción que ver los otros coches y el paisaje, me hacían pensar mucho. Quizá demasiado, pensaba yo en aquella época, porque no veía a otros niños de mi edad pensando las mismas cosas.

Descansar las ideas para mejorarlas

En este viaje, se me ocurrió generar dinero. Sí, amigo lector, así de friki era yo ya. Y eso que no soy de las que decía que quería ser economista desde que tenía uso de razón. De hecho, en aquella época, no sabía ni lo que era un economista. Pero lo que sí sabía, es que si generaba una economía en mi entorno, y creaba dinero, podría conseguir cosas que de otra forma no podía. En aquel momento, me planteaba comercializar las cosas con mi hermana, que años más tarde también se haría economista. Quizá para evitar mas engaños similares.

Había un problema, el dinero que iba a crear era muy fácil de falsificar. No había forma de acotar el dinero que iba a haber en la economía, y ya entonces, sabía que la oferta infinita de dinero, no era una buena idea.

El caso es que me enrrollo contando mis batallitas. Este ejemplo, te lo ponía para que entendieras la ansiedad que me entró cuando determiné cómo iba a ser esta pequeña economía que había cuadrado en mi cabeza. Necesitaba imperativamente crear las monedas de cambio ya. No veía el momento de llegar a mi casa y ponerme a hacer el nuevo dinero. De hecho, al llegar, fue lo primero que hice, con la consiguiente bronca de mis padres, por no ayudar a sacar las cosas del coche.

Después de esta etapa en la que lo tenía que hacer todo, y tenía que hacerlo ya, pasé a otra en la que al menos tenía que dejarlo empezado. Al menos, comenzarlo, que esto ya empiece a tomar forma, pensaba… Con esta nueva forma de proceder, he estado hasta hace bien poco. Aunque te soy sincera, si te digo que el cambio ha sido mucho más paulatino que en el caso anterior.

Y ahora me encuentro en el punto en que se me ocurre la idea, y ya no salto emocionada, pensando en el momento en que la vaya a poner en marcha. Duermo la idea. Espero a contárselo a algún implicado. Y gracias a ésto, he conseguido varias ventajas:

  • Embarcarme en locuras sólo cuando lo veo claro
  • Planear la idea antes de ponerme a trabajar sobre ella
  • Cambiar de opinión sin tener que rendir cuentas con nadie
  • Poner prioridad a las ideas, por encima del entusiasmo inicial
  • Descubrir nuevas ideas que antes quedaban ocultas por “la gran idea”

Hasta aquí esta reflexión sobre el hecho de ser impulsivo. Y tú, ¿cómo haces cuando se te ocurre una idea?, ¿pasas por alguna de estas tres fases? Me encantaría leerte en los comentarios.

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nuriahidalgo

Sobre el autor

Asesora Financiera de Negocios Online.

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